¿Te duele la rodilla al subir escaleras, al estar mucho tiempo sentado o al agacharte? Si la molestia aparece en la parte delantera de la rodilla, justo detrás o alrededor de la rótula, puede tratarse del síndrome fémoro-patelar, también conocido como condromalacia rotuliana.
Se trata de una de las causas más habituales de dolor anterior de rodilla. Afecta tanto a adolescentes como a adultos activos y sedentarios, y puede llegar a limitar tanto la práctica deportiva como las actividades de la vida diaria (caminar, arrodillarse, estar mucho rato sentado). Aunque muchas personas lo llaman “desgaste de la rótula”, hoy sabemos que es un problema multifactorial, donde influyen factores biomecánicos, musculares y sensitivos.
La rótula o patela es un hueso sesamoideo, es decir, un pequeño hueso que se forma dentro del tendón del cuádriceps. Como todos los huesos sesamoideos, su función principal es proteger el tendón y mejorar la eficacia mecánica del músculo, funcionando como una especie de “polea” que aumenta la fuerza de extensión de la rodilla.
La rótula se articula con la tróclea femoral, situada en la parte anterior e inferior del fémur, y ambas superficies están recubiertas por cartílago articular, un tejido liso y resistente que permite que la rótula se deslice suavemente sobre el fémur durante los movimientos de flexión y extensión.
Durante la flexión, la rótula desciende por el surco troclear, aumentando el contacto con el fémur; al extender la rodilla, asciende y disminuye la superficie de apoyo. La distribución de fuerzas depende de la posición de la rótula, el ángulo de la rodilla y la tensión de los tejidos blandos.
La estabilidad de la rótula se mantiene gracias al equilibrio entre:
Factores anatómicos como un ángulo Q elevado, la anteversión femoral, la torsión tibial, los pies planos o una tróclea poco profunda pueden favorecer el maltracking (mal deslizamiento) de la rótula.
Es habitual que ambos términos se utilicen como sinónimos, pero en realidad no significan exactamente lo mismo. La condromalacia rotuliana se refiere a los cambios degenerativos o de reblandecimiento en el cartílago que recubre la cara posterior de la rótula. Es un diagnóstico estrictamente anatómico, que suele confirmarse con pruebas de imagen o, en el pasado, incluso con artroscopia.
Por otro lado, el síndrome fémoro-patelar (SFP) es un concepto clínico más amplio. Se utiliza cuando una persona presenta dolor en la zona anterior de la rodilla, relacionado con actividades típicas como subir escaleras, permanecer sentado mucho tiempo o realizar sentadillas, aunque no se haya demostrado una lesión visible en el cartílago. Dicho de otra manera: podemos tener síndrome fémoro-patelar sin condromalacia, y condromalacia sin dolor clínico.
Por eso, hoy en día, la mayoría de guías clínicas recomiendan hablar de síndrome fémoro-patelar cuando nos referimos al conjunto de síntomas y limitaciones funcionales, reservando el término condromalacia únicamente para los hallazgos estructurales en el cartílago.
El síntoma principal es el dolor anterior de rodilla, localizado en la parte frontal, alrededor o detrás de la rótula. Este dolor suele describirse como difuso, profundo y molesto, más que punzante, y con frecuencia es difícil de señalar con un dedo un punto exacto.
Se manifiesta en situaciones muy características:
En algunos casos, los pacientes refieren chasquidos o crepitación al mover la rodilla, e incluso una sensación de inestabilidad o de que la rótula “no va por su sitio”. La intensidad es variable: desde una molestia ocasional hasta un dolor incapacitante que impide el deporte o actividades cotidianas.
El síndrome fémoro-patelar es una condición multifactorial, es decir, no aparece por una sola causa sino por la suma de varias que alteran la mecánica y aumentan la presión sobre el cartílago. Entre los principales factores de riesgo encontramos:
Estos factores no actúan por separado, sino que se combinan. Por eso, en cada paciente debemos identificar qué elementos predominan para diseñar un plan de tratamiento personalizado.
El diagnóstico del síndrome fémoro-patelar es principalmente clínico, es decir, se basa en la entrevista y la exploración física más que en las pruebas de imagen.
En la consulta, lo primero es escuchar al paciente: qué tipo de dolor siente, en qué actividades aparece, cómo ha evolucionado y si hay antecedentes de lesiones o luxaciones. Después, pasamos a la evaluación funcional: observamos la postura, la marcha, la forma de subir y bajar escalones o de realizar una sentadilla. El test de sentadilla a una pierna (single-leg squat) y el step-down test son muy útiles porque ponen en evidencia la falta de control de la cadera o la aparición de un valgo dinámico de rodilla.
También se realizan pruebas específicas sobre la rótula. Una de las más conocidas es la prueba de compresión patelofemoral (Clarke), donde se aplica presión sobre la rótula mientras el paciente contrae el cuádriceps; si reproduce el dolor, el test es positivo. El test de aprensión patelar se utiliza para valorar la inestabilidad, observando si el paciente siente inseguridad al desplazar la rótula lateralmente. Además, se comprueba la movilidad patelar y la tensión de los retináculos que rodean la rótula.
En la mayoría de los casos, estas pruebas clínicas son suficientes para confirmar el diagnóstico. Las radiografías o resonancias solo se indican cuando hay sospecha de otras lesiones, traumatismos importantes o cuando el dolor no mejora tras un tratamiento adecuado.
El dolor del síndrome fémoro-patelar tiene unas características muy reconocibles. Generalmente aparece en la parte anterior de la rodilla, ya sea justo detrás de la rótula o alrededor de ella. Muchas personas lo describen como un dolor difuso, profundo y molesto, más que punzante o localizado.
Suele intensificarse en situaciones donde aumenta la presión entre la rótula y el fémur, como al subir o bajar escaleras, ponerse en cuclillas, correr en bajadas o arrodillarse. Otro signo muy característico es la llamada “rodilla del cine” o “signo del teatro”: el dolor aparece después de permanecer mucho tiempo sentado con las rodillas flexionadas, y mejora al estirarlas.
En algunos pacientes también se acompaña de crujidos, chasquidos o sensación de roce al mover la rodilla. No siempre son signos de gravedad, pero sí suelen generar preocupación y limitación funcional.
Aunque al principio el dolor puede ser solo una molestia puntual, con el tiempo el síndrome fémoro-patelar puede llegar a ser realmente incapacitante. Entre las limitaciones más habituales encontramos:
Todo esto puede generar un círculo vicioso: cuanto menos se usa la rodilla, más debilidad muscular aparece, y esto a su vez empeora la mecánica, perpetuando el problema.
El abordaje del síndrome fémoro-patelar debe ser integral y personalizado, teniendo en cuenta los factores de riesgo que hemos identificado en cada persona. Los pilares del tratamiento incluyen:
El tratamiento debe ser progresivo: primero centrado en controlar el dolor y recuperar fuerza básica, y más adelante en la readaptación al deporte o la actividad diaria. La constancia y la supervisión profesional son clave para el éxito.
La buena noticia es que sí, en muchos casos el síndrome fémoro-patelar se puede prevenir o al menos reducir el riesgo de que aparezca. Las medidas más efectivas incluyen:
En definitiva, mantener un equilibrio entre fuerza, movilidad y control del movimiento es la mejor estrategia para evitar que la rótula sufra un deslizamiento anómalo que, con el tiempo, pueda convertirse en dolor.
Aunque el dolor puede ser muy limitante, el síndrome fémoro-patelar no significa necesariamente artrosis ni daño irreversible. Con un buen tratamiento, la evolución suele ser favorable.
Conviene acudir pronto al especialista si:
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